Tres artistas recuerdan lo que ocurrió allí hace 25 años, cuando un atentado terrorista hizo volar la mutual judía.
Hace ya semanas que, cuando la lluvia lo permite, tres artistas urbanos se ponen sus mamelucos térmicos y, suspendidos a 50 metros de altura, llevan sus bocetos a las paredes del Hospital de Clínicas. En vísperas del 25º aniversario del atentado de la AMIA, un tríptico de inédita magnitud se está realizando sobre los muros exteriores del hospital universitario, cuya historia quedó para siempre ligada a la de la mutual judía.
Aquel fatídico 18 de julio de 1994, el Clínicas fue el hospital que recibió a la mayoría de los 300 heridos tras el ataque al edificio de Pasteur 633. Por el despliegue de solidaridad que demostró el personal del hospital, la AMIA decidió homenajearlo con esta obra.
«No se puede hablar de la AMIA sin hablar del Hospital de Clínicas, son identidades compartidas», sostiene Elio Kapszuk, director de Arte y Producción de AMIA y curador del colosal proyecto. Todos los años su área hace un ejercicio de memoria a partir del arte, «porque es una herramienta sumamente poderosa para poder reclamar justicia», explica el curador.
«Esta tragedia nos cambió para siempre. A la AMIA, a los del hospital, al barrio, a la sociedad», asegura sobriamente el director del Hospital de Clínicas, Marcelo Melo. En ese entonces, Melo era médico del servicio de traumatología y ese funesto lunes atendía a sus pacientes cuando vio llegar a los heridos por decenas. Recuerda la devastación, el pánico, la coordinación espontánea del personal del hospital.
«Este reconocimiento es importante, tanto para la gente del hospital como para la institución siempre desprestigiada que es el hospital público. En ese momento, el Clínicas se organizó y logró así salvar una cantidad inesperada de vidas», subraya Melo. Hoy aplaude la intervención artística que se está llevando a cabo sobre el edificio. «Por ser tan visible, será un recuerdo permanente. Esta obra es un llamado de atención a la sociedad, para que tenga presente todos los días lo que pasó y el pedido de justicia pendiente», enfatiza.
El tríptico
Desde la avenida Córdoba, la plaza Houssay, las facultades y otros edificios de las inmediaciones de Uriburu, entre Córdoba y Paraguay, se pueden apreciar los tres murales en progreso, que recortan el cielo porteño con sus 55 metros de altura.
El de la izquierda, firmado por Mariano Antedomenico, «El Marian», trata de la desolación en el sitio del atentado después de las 9.53 de la mañana, el 18 de julio 1994. Los escombros, la desesperación, las cadenas humanas que sacaron a los heridos del lugar de la explosión. La escena retratada ancla la destrucción en el espacio y el tiempo.
El segundo mural es un homenaje al hospital público. Representa a su cuerpo médico socorriendo a los heridos. Una médica en primer plano interpela con la mirada al espectador, poniéndolo en el lugar de la víctima. «Porque todos somos víctimas de este atentado», explica el autor de la obra, Martín Ron. «Ponerse en la piel de la víctima sirve para recordar que el reclamo de justicia no es ajeno, es de todos, de la sociedad», subraya el muralista, que se inspiró en archivos fotoperiodísticos para su diseño.
La tercera parte, a cargo de Mariela Ajras, es una alegoría de la figura de la justicia que se desintegra en un reloj de arena. «La figura está desapareciendo con el paso del tiempo. La justicia que no se imparte termina transformándose en impunidad», explica Ajras en relación al crimen que, después de 25 años de investigación, sigue sin esclarecerse.
«Producir un mensaje en el espacio público es político, porque lo público es lo político. Mi muro tiene un mensaje político fuerte», advierte la artista, para quien lo político no es sinónimo de partidario. «La memoria es el arma que tenemos contra el olvido, esta fuerza que se lo devora todo», sintetiza la pintora y psicóloga de 34 años.
El lenguaje del arte urbano
La visibilidad otorgada por el arte callejero parecía la manera más segura de llegar a una máxima cantidad de espectadores. Y ningún soporte era más apropiado para este homenaje en particular. «Las paredes son la piel de la Ciudad y estas tres paredes que dan a la calle Uriburu son la piel del Hospital de Clínicas», observa Kapszuk.
Aún así, gran parte del público que transita la zona de la Plaza de los Estudiantes y las diversas facultades en su alrededor no tiene memoria vivencial del atentado ocurrido hace 25 años. «¿Cómo les transmitimos a estos jóvenes algo que no vivieron pero que forma parte de su historia?», se interrogó el curador Elio Kapszuk. «Por los muros pensantes del arte callejero», es la respuesta que se propuso.
Fue importante también para el curador generar diversidad y crear un diálogo entre las obras y los artistas, por eso resolvió producir un tríptico y no una obra única. «Todos tendrán sus convicciones y posiciones distintas, pero acá hay un consenso entre los artistas sobre el hecho de que no hay futuro sin presente comprometido», sentenció Kapszuk.
«La memoria, a la diferencia del olvido, necesita una práctica. Por eso son tan importantes las conmemoraciones y los lugares de memoria», aprecia el curador. «Nosotros nos oponemos a la premisa de moda de que hay que soltar el pasado», continúa Kapszuk. «Al contrario, consideramos que olvidando el pasado, hipotecamos el futuro». De hecho, el tríptico será laqueado para su conservación, una contradicción con el carácter efímero del arte callejero, pero una concesión necesaria en pos de la memoria.
El tríptico cierra el Corredor de la Memoria, las cuatro cuadras de intervención del espacio público por la AMIA sobre la calle Pasteur, entre las avenidas Corrientes y Córdoba. La realización de las gigantescas obras de este año para marcar el cuarto de siglo desde el atentado se debe a un acuerdo entre la AMIA y la Universidad de Buenos Aires, dueña de las paredes. Por otro lado, brindaron su apoyo el Hospital de Clínicas, la Facultad de Medicina, el Gobierno de la Ciudad y empresas del sector privado.
Fuente: Clarín